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Mi voz y Yo en mis entrañas

Mi voz y Yo en mis entrañas

Cuando oímos esas frases: “Deja que tu voz habite en las profundidades de tu pelvis…que tu voz esté conectada a tus vísceras. Deja que tu voz caiga en tu panza…” o dicho de una manera más burda y coloquial “Que tu voz salga del coño”. 

Tantos juegos de palabras que vienen a decir lo mismo. Que tu voz habite en tu instinto. O dicho de otra manera: La musculatura de la respiración la que habita en la casa del PLEXO SACRAL: LA CASA DE LA INSTINTIVIDAD, sexualidad, en definitiva la casa de la creatividad, esté lo suficientemente disponible y relajada. Y así poder acceder a ella a través de la imaginación y de posturas concretas físicas que lo posibilitan. De modo que cuando un impulso del cerebro viaja por la médula espinal y activa los músculos respiratorios, no solo responde el diafragma que es el principal sino las cruras diafragmáticas, psoas y todo el entretejido de músculos del cuenco pélvico.

Esto hace años yo no lo sabía, esta parte más técnica de la voz. Pero lo que sí sabía porque lo había experimentado en mis propias carnes, nunca mejor dicho, es que la voz no se libera solo desde la parte media del cuerpo, allá donde habita LA CASA DE LAS EMOCIONES en el PLEXO SOLAR, justo debajo del centro del diafragma. Sino desde más abajo, desde el suelo pélvico. Y es así. Aunque otras muchas metodologías de voz digan lo contrario. Mi experiencia y es lo que en definitiva cuenta no había sido esa. Más allá de lo puramente anatómico de como responde nuestro paracaídas (la imagen que más se acerca a la forma asimétrica del diafragma) fino, sedoso y con esos hilos que tiran de él hacia abajo como si fueran esos dos pilares de las cruras, los psoas que conectan al inmenso paracaídas, que divide tórax de abdomen, con la pelvis. Viajando entre las crestas ilíacas y continuando por las piernas. Luego podríamos decir que la voz viene desde la planta de los pies.

Cuento esta anécdota que me ocurrió hace ya unos siete u ocho años estando con mi maestra, Kristin Linklater, en Orkney donde se mudó para crear el centro de voz linklater y formar a profesores. Después de llevar un calentamiento de voz, me dice:      “ ¡Qué pena que no puedas dejar caer tu voz en tu panza! Di desde tu panza. Mi fuego. En castellano”. Yo me puse las manos en la barriga para tener contacto y llevar ahí mi presencia y mi sensación de ser. Y al pronunciar esas palabras, me vinieron de golpe tantas lágrimas, que poco a poco se fueron derritiendo por mi cara hasta descender por mi pecho. Y mi voz fue disolviendo en mi panza y haciéndose más grave. Y ella me dijo “Todavía no puedes acceder a esa zona baja del cuerpo y habitarla sin entrar en contacto con tanta tristeza”. Y ahí entendí lo que me ocurría cuando empecé a hacer los ejercicios en el suelo que proponía esta técnica hace ya veinte años. Yo siempre lloraba cuando caía en la gravedad para estimular la musculatura del bajo abdominal. Al dejar que los impulsos de alivio cayeran en mi cabeza de los fémures, cóccix, pelvis, caderas…Ahí tenía toda una información que nunca había podido liberar a través de la palabra, menos aún aliviarla sonoramente o solo con aire. Fue un descubrimiento muy poderoso. Tantas veces hemos oído decir “En tu vulnerabilidad reside tu fuerza” y ya lo creo que sí. A medida que pude ir liberando y expresando la tristeza y la rabia no solo sonoramente sino transformándola en palabras pude entender de donde venía yo y como había llegado hasta este preciso momento. 

Fue a través de la voz como yo he podido ir destapando el silencio del que vengo, en el que fui educada y haciendo la danza clásica una sólida aportación al hábito del seguir callando. Y con la primera persona que puedo ponerlo para fuera con mi cuerpo y voz, las imágenes y la crónica de mi pelvis fue con Kristin en Orkney, muy lejos de mi país, con gente desconocida y en otro idioma. 

Mi voz soy yo sin duda. Ya no tengo afonías, ni nódulos, tengo agudos porque he destapado el corcho de la botella de champagne como cuando Rosalinda le dice a su hermana/prima Celia en Acto III, escena II “Como gustéis”:

Celia: ¡Oh, maravilla, maravilla! ¡Y maravilla de maravillas! ¡Y todavía mayor maravilla! Y después de eso ya no se puede decir más.

Rosalinda: ¡Por el rubor de mis mejillas! ¿Crees tú que porque ando emperifollada como hombre traigo chaleco y medias masculinas en mis inclinaciones? Un centímetro más que tardes será para mí como un viaje de descubrimiento a los mares del Sur. Te ruego que me digas pronto quién es y que hables despacio. Quisiera que tartamudearas para que pudieras verter a este hombre misterioso por tu boca como el vino que sale de una botella de cuello estrecho; o mucho de una vez o nada en absoluto. Te ruego que te quites el tapón de corcho de la boca para que pueda yo beber tus noticias.

En nuestro cuerpo está toda la biografía de nuestra vida.